Eran grandes acontecimientos los que
sucedían aquellos años por tierras altas de Chihuahua en que la revolución iniciaba, entre muchos gritos de espanto, de
actos heroicos improvisados y de unas
zanjas poco profundas en un rincón de una calle masacrada, una niña era
rescatada entre disparos y fuegos de cañón de los soldados fedérales contra los
pocos ciudadanos que les hacían frente acompañados de algunos elementos de tropas villistas. Un
hombre de buen corazón que más bien en esos momentos para esa niña representaba
un ángel, que la rescataba a condición de entregar su vida; corriendo llegaba a una iglesia para
entregarla a una monja que buscaba refugio, para nuevamente tomar tirado de un
cuerpo de un hombre infortunado, un rifle y seguir con la suerte que esa guerra
le depara.
Esa niña era mi abuela a quien la
monja inculcó las doctrinas religiosas; de su vida poco sé porque ella cuando
me lo narró tampoco recordaba, pero luego por milagro, logro encontrar a sus
padres: uno músico de profesión que de salón en salón tocaba, una madre
abnegada maestra en una escuela primaria,
oficio que mi abuela sintió gusto y logrando con el paso del tiempo ser
maestra de primara. Poco tiempo después se casó y la vida le deparó ser viuda,
pero con sus hijos cuatro siendo aún, una familia y todos heredando el amor por
enseñar. Un día, encontrándome en los brazos de mi abuela descansando ante un hermoso
pino afuera en nuestra casa de campo, en esa silla metálica, que aún conservo,
le pregunté: ¡abuela por que te gustaba enseñar matemáticas? Se me quedó viendo
mientras fruncía las cejas y con una mirada penetrante y seria, después de un
breve momento me respondió, porque las matemáticas, hijo, son la forma de
pensar más honesta que puedas encontrar, en ellas encuentras un ideal por hacer las cosas bien, obteniendo
un resultado inmediato, ¡Honestidad le argumente! Si, hijo me respondía, mira,
con ellas al practicarlas te das cuenta, que tienes un resultado inmediato, no
las puedes engañar por eso son ciencias exactas y para ser honesto primero tú tienes que
encontrar la manera de no hacerte tonto para tomar una decisión.
Todavía incrédulo le mire para luego
preguntarle: ¿y por qué se dice que es el lenguaje universal? ¿Por qué todos
los humanos usamos la matemáticas?.
Riendo me dijo: no solo los humanos, también ¿ves este pino que tienes
enfrente? Más incrédulo aún le exclame ¡Hay abuela!, ¡no es cierto!, como un
pino sabe matemáticas!. Y respondiéndome con una gran sonrisa en su rostro me
comentó: ¡así es! Si observas bien este pino, por ejemplo, y con algo de
matemáticas sabrás que te dice muchas cosas, que puedes aprender, saltando de
su brazos y dando unos pasos al pino di la vuelta y nuevamente le exclamé:
¡Abuelita, por favor!, y volviéndome al pino le preguntaba: ¿A ver, pino,
enséñame matemáticas? Y volviendo a ver a mi abuela con mirada victoriosa
sabiéndome que por lógica el pino no me podría enseñar nada. Entonces mi abuela
se acercó al pino mientras tomaba mi mano y me dijo: míralo, bien aprende a
verlo, observa cada flor, cada piedra,
porque la naturaleza te habla y te puede enseñar mucho. Ve bien y contestá,
dijo: ¿para donde el pino nos dice se encuentra el norte? Medí la vuelta para
ver nuevamente al pino e incrédulo le pregunte: ¿a ver pino? ¿dime?, mientras
lo miraba.
Ven vamos, me dijo paciente mientras
caminaba mi abuela dando una vuelta al pino y me empujaba con su mano apoyada
en mi hombro, y me preguntaba: Dime, hijo, para dónde se inclinan sus ramas mas
grandes? Mire y le dije, mmmm me parece que a la izquierda ¿no? y me respondió,
sí, así es . Complementando su respuesta argumentó: las ramas grandes buscan
siempre los rayos del sol que sale del oeste y las ramas chicas solamente
buscan los pocos rayos que las grandes le permiten, estas no te dicen nada,
pero las grandes sí y es donde puedes ver también la hora, puedes lograr
encontrar. La mire todo incrédulo y le repetí con los ojos grandes y redondos
interrumpiéndola: ¿la hora?, sí argumentó firme, ¡la hora! Me dijo: hijo ven
mira al suelo, el secreto consiste en encontrar una sombrita de una de sus
ramas que mas derechita se encuentre. Mira esa. ¿La ves? ¿Para dónde está inclinada? me preguntó huy,
le dije, pues apuntando para atrás de nosotros. Sí y fíjate bien que tu sombra
apunta a la misma dirección, ¿ves? ¡Oye sí abuelita! grite azorado. Bueno, me dijo, te está diciendo el pino que
tú mismo eres un reloj natural, si tu sombra se encuentra en esa dirección,
mira lo que pasa. Es entonces que mi abuela caminó alrededor de mi con una
varita dibujando un circulo en la tierra encontrándome adentro del, luego dibujó números y ante mi admiración
apareció la hora, son las seis de la tarde. ¡Abuela! le grité emocionado.
Nunca le tuve miedo a las
matemáticas, por eso las amo y ahora en
la actualidad cada objeto, cada ser vivo me dice que hay que escucharlo.
Pasaron los años. Mi hija sentada en
mis brazos en esa misma silla metálica muy bien conservada me miro azorada
diciéndome: ¿ Hay que escucharlo? Si,
hija, le respondí. Y levantándome de la silla la tomé de las manos, caminamos
al pino y mientras escondía con mi otra mano mi gran sorpresa, una varita en mi
espalda, le pregunte: ¿Hija para donde
te dice el pino se encuentra el norte?
¿El norte, papi?
Humberto Fuentes Huerta
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