Saturday, 8 September 2012

Mi abuela y las matemáticas


Eran grandes acontecimientos los que sucedían aquellos años por tierras altas de Chihuahua en que la revolución  iniciaba, entre muchos gritos de espanto, de actos heroicos improvisados  y de unas zanjas poco profundas en un rincón de una calle masacrada, una niña era rescatada entre disparos y fuegos de cañón de los soldados fedérales contra los pocos ciudadanos que les hacían frente acompañados de  algunos elementos de tropas villistas. Un hombre de buen corazón que más bien en esos momentos para esa niña representaba un ángel, que la rescataba a condición de entregar su vida;  corriendo llegaba a una iglesia para entregarla a una monja que buscaba refugio, para nuevamente tomar tirado de un cuerpo de un hombre infortunado, un rifle y seguir con la suerte que esa guerra le depara.



Esa niña era mi abuela a quien la monja inculcó las doctrinas religiosas; de su vida poco sé porque ella cuando me lo narró tampoco recordaba, pero luego por milagro, logro encontrar a sus padres: uno músico de profesión que de salón en salón tocaba, una madre abnegada maestra en una escuela primaria,  oficio que mi abuela sintió gusto y logrando con el paso del tiempo ser maestra de primara. Poco tiempo después se casó y la vida le deparó ser viuda, pero con sus hijos cuatro siendo aún, una familia y todos heredando el amor por enseñar. Un día, encontrándome en los brazos de mi abuela descansando ante un hermoso pino afuera en nuestra casa de campo, en esa silla metálica, que aún conservo, le pregunté: ¡abuela por que te gustaba enseñar matemáticas? Se me quedó viendo mientras fruncía las cejas y con una mirada penetrante y seria, después de un breve momento me respondió, porque las matemáticas, hijo, son la forma de pensar más honesta que puedas encontrar, en ellas encuentras  un ideal por hacer las cosas bien, obteniendo un resultado inmediato, ¡Honestidad le argumente! Si, hijo me respondía, mira, con ellas al practicarlas te das cuenta, que tienes un resultado inmediato, no las puedes engañar por eso son ciencias exactas y  para ser honesto primero tú tienes que encontrar la manera de no hacerte tonto para tomar una decisión.



Todavía incrédulo le mire para luego preguntarle: ¿y por qué se dice que es el lenguaje universal? ¿Por qué todos los humanos usamos la matemáticas?.  Riendo me dijo: no solo los humanos, también ¿ves este pino que tienes enfrente? Más incrédulo aún le exclame ¡Hay abuela!, ¡no es cierto!, como un pino sabe matemáticas!. Y respondiéndome con una gran sonrisa en su rostro me comentó: ¡así es! Si observas bien este pino, por ejemplo, y con algo de matemáticas sabrás que te dice muchas cosas, que puedes aprender, saltando de su brazos y dando unos pasos al pino di la vuelta y nuevamente le exclamé: ¡Abuelita, por favor!, y volviéndome al pino le preguntaba: ¿A ver, pino, enséñame matemáticas? Y volviendo a ver a mi abuela con mirada victoriosa sabiéndome que por lógica el pino no me podría enseñar nada. Entonces mi abuela se acercó al pino mientras tomaba mi mano y me dijo: míralo, bien aprende a verlo, observa  cada flor, cada piedra, porque la naturaleza te habla y te puede enseñar mucho. Ve bien y contestá, dijo: ¿para donde el pino nos dice se encuentra el norte? Medí la vuelta para ver nuevamente al pino e incrédulo le pregunte: ¿a ver pino? ¿dime?, mientras lo miraba.



Ven vamos, me dijo paciente mientras caminaba mi abuela dando una vuelta al pino y me empujaba con su mano apoyada en mi hombro, y me preguntaba: Dime, hijo, para dónde se inclinan sus ramas mas grandes? Mire y le dije, mmmm me parece que a la izquierda ¿no? y me respondió, sí, así es . Complementando su respuesta argumentó: las ramas grandes buscan siempre los rayos del sol que sale del oeste y las ramas chicas solamente buscan los pocos rayos que las grandes le permiten, estas no te dicen nada, pero las grandes sí y es donde puedes ver también la hora, puedes lograr encontrar. La mire todo incrédulo y le repetí con los ojos grandes y redondos interrumpiéndola: ¿la hora?, sí argumentó firme, ¡la hora! Me dijo: hijo ven mira al suelo, el secreto consiste en encontrar una sombrita de una de sus ramas que mas derechita se encuentre. Mira esa. ¿La ves?  ¿Para dónde está inclinada? me preguntó huy, le dije, pues apuntando para atrás de nosotros. Sí y fíjate bien que tu sombra apunta a la misma dirección, ¿ves? ¡Oye sí abuelita! grite azorado.  Bueno, me dijo, te está diciendo el pino que tú mismo eres un reloj natural, si tu sombra se encuentra en esa dirección, mira lo que pasa. Es entonces que mi abuela caminó alrededor de mi con una varita dibujando un circulo en la tierra encontrándome adentro del,  luego dibujó números y ante mi admiración apareció la hora, son las seis de la tarde. ¡Abuela! le grité emocionado.



Nunca le tuve miedo a las matemáticas,  por eso las amo y ahora en la actualidad cada objeto, cada ser vivo me dice que hay que escucharlo.



Pasaron los años. Mi hija sentada en mis brazos en esa misma silla metálica muy bien conservada me miro azorada diciéndome:  ¿ Hay que escucharlo? Si, hija, le respondí. Y levantándome de la silla la tomé de las manos, caminamos al pino y mientras escondía con mi otra mano mi gran sorpresa, una varita en mi espalda, le pregunte:  ¿Hija para donde te dice el pino se encuentra el norte?

¿El norte, papi?



Humberto Fuentes Huerta